LAS FICHAS QUE SE SALVARON
La insubordinación más recordada la tuvimos en el sexto A, Letras, en el año 1970.
La planeamos contra el profesor Olea, un robusto maestro que Don Mariano González había traído para agregar a las 8 horas de historia semanales un par de horas de bibliotecología, . a cargo de este, también, pedagogo en Historia
Los que estábamos allí no tan sólo arrancando de las matemática (bueno, también ) y estudiando, después humanidades en la Universidad, valoramos la importancia de haber aprendido el odioso sistema (Dewey) de transformar en ficha todo libro que se nos cruzara por el camino.
Durante un año fichamos la biblioteca del Liceo casi completa y decenas de libros en otras tantas de la noble y muy leal ciudad de Talca.
En diciembre, poco antes de egresar, cada uno de nosotros había llenado un par de cajas de camisas ( de esas que ya no existen ) o de zapatos, con tarjetas y tarjetas: la fichas de las tareas del guatón Olea.
El último día de clases, después de obtener nuestra nota final de curso, todos los compañeros nos dirigimos al patio central y, actuando organizadamente, lanzamos al aire los cientos y miles de fichas que dejaron completamente tapizado el pavimento del principal lugar de recreación del Liceo.
Detrás de los ventanales que separaban ese lugar del pasillo, enfrente de la sala de profesores; Olea nos miraba tristemente, sin decir una palabra.
El acto, en verdad debió haber sido muy ingrato para él. Ni siquiera el acostumbrado ritual de quemar nuestros apuntes al final de cada año, del que casi todos participábamos, un acto más bien personal o de pequeños grupos; había generado tanto impacto.
Sin embargo el querido profesor no guardó rencores, sólo se limitó a decirnos, a un pequeño grupo que debió volver a verlo, que lo habrían de recordar si en la Universidad llegaban a estudiar, Historia, por ejemplo.
Pregúntenmelo a mí o Pato Murga si no fue así.
Yo no me quedé tan orgulloso del desaguisado aquel, más aún, si el propio profesor Olea, semanas antes, me había perdonado la vida cuando de nuevo, el curso, puesto de acuerdo para que al momento de que el profesor entrara, todos nos levantáramos y gritáramos al unísono:
¡¡¡ Guatón ¡¡¡
El único gil que lo hizo, mientras no sé por qué prostituta razón los otros permanecían inmóviles en sus asientos, fui yo.
Me fui con viento fresco no a la inspectoría, sino a la rectoría ( entre Olea y González había conexión directa ).
No obstante, sólo unos segundos después, me alcanzaba el profesor para decirme:
Nunca más Ramírez. Por esta sola ocasión, pase. Si alguna vez Usted llega a ser profesor, verá como le devuelven la mano.
No tengo nada que agregar, sólo agradecer que la lección no se me haya olvidado, hasta ahora
El último día de clases, después de obtener nuestra nota final de curso, todos los compañeros nos dirigimos al patio central y, actuando organizadamente, lanzamos al aire los cientos y miles de fichas que dejaron completamente tapizado el pavimento del principal lugar de recreación del Liceo.
Detrás de los ventanales que separaban ese lugar del pasillo, enfrente de la sala de profesores; Olea nos miraba tristemente, sin decir una palabra.
El acto, en verdad debió haber sido muy ingrato para él. Ni siquiera el acostumbrado ritual de quemar nuestros apuntes al final de cada año, del que casi todos participábamos, un acto más bien personal o de pequeños grupos; había generado tanto impacto.
Sin embargo el querido profesor no guardó rencores, sólo se limitó a decirnos, a un pequeño grupo que debió volver a verlo, que lo habrían de recordar si en la Universidad llegaban a estudiar, Historia, por ejemplo.
Pregúntenmelo a mí o Pato Murga si no fue así.
Yo no me quedé tan orgulloso del desaguisado aquel, más aún, si el propio profesor Olea, semanas antes, me había perdonado la vida cuando de nuevo, el curso, puesto de acuerdo para que al momento de que el profesor entrara, todos nos levantáramos y gritáramos al unísono:
¡¡¡ Guatón ¡¡¡
El único gil que lo hizo, mientras no sé por qué prostituta razón los otros permanecían inmóviles en sus asientos, fui yo.
Me fui con viento fresco no a la inspectoría, sino a la rectoría ( entre Olea y González había conexión directa ).
No obstante, sólo unos segundos después, me alcanzaba el profesor para decirme:
Nunca más Ramírez. Por esta sola ocasión, pase. Si alguna vez Usted llega a ser profesor, verá como le devuelven la mano.
No tengo nada que agregar, sólo agradecer que la lección no se me haya olvidado, hasta ahora
LUIS RAMIREZ VERA
CATEDRATICO UNIVERSIDAD CATOLICA DEL MAULE
No hay comentarios.:
Publicar un comentario